Siempre he pensado que el programa El Intermedio, del imprescindible cómico “Gran Wyoming”, es el mejor informativo, siendo un programa de humor, que hay hoy en día en los canales de televisión españoles.

El primer programa de la temporada colmó con creces todas las buenas expectativas que uno pueda tener. Dedicado al problema de los refugiados, mandaron a uno de sus reporteros, Gonzo, a acompañar a las miles de personas que huyen de la guerra en Siria en su periplo, una vez sorteada la enorme tumba a cielo abierto en la que se ha convertido el Mediterráneo, desde Grecia hasta Austria y Alemania, cruzando los Balcanes. No tengo palabras para mostrar el agradecimiento que uno siente al ver la humanidad, la sensibilidad y la profesionalidad con la que han tratado la cuestión en “El intermedio”. El reportaje es a la vez desolador y esperanzador.

Desolador por el drama humano, las vidas rotas y la desesperación de los que huyen de una tierra azotada por la plaga de la guerra. También por las declaraciones de algunos de los máximos dirigentes políticos europeos y algunos mal llamados periodistas, que ensucian con sus palabras, preñadas de un insultante desprecio y una profunda ignorancia xenofóbica, todo lo que de hermoso es capaz de albergar el corazón de los seres humanos por sus semejantes.

Esperanza al percibir como miles de europeos, mostrando una dignidad y una altura ética muy por encima de la de nuestros gobernantes, establecen redes de solidaridad para atender, recibir y ayudar a estos hermanos nuestros que han tenido la desgracia de nacer en un lugar donde se concentran todas las miserias de la geopolítica. Esta actitud, probable y lamentablemente desatada por la imagen desgarradora del pequeño Aylan Kurdi, ha obligado a ir matizando sobre la marcha las impresentables declaraciones de los actuales gobernantes europeos.

Es el caso de nuestra muy sobradamente preparada vicepresidenta, ministra de la Presidencia y portavoz del gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría. La fontanera mayor del Reino de Rajoy. Si hace unos días afirmó que en España «la capacidad de acogida está muy saturada” y que había que “poner límites a la solidaridad”, pocos días después hubo de retractarse, asegurando que España asumirá “sin reticencias” la cifra de acogida que decidan en Bruselas. En declaraciones a un programa de debates de la Sexta, con la cara compungida proclamando su encogimiento de corazón ante las imágenes de la desgracia de los refugiados, anuncia sin empacho que hay que tratar el problema en origen.

En el origen del problema está tú partido, señora Sáenz, que no sólo ha propiciado enormes recortes en cooperación internacional para atender a las causas de la miseria y la pobreza que hacen gran parte de los conflictos que asolan Oriente Medio y África, sino que además apostó por situar de nuevo a España en el mapa apoyando la infame Guerra de Iraq en 2003, y de aquel desastre tu corazón encogido no recuerda nada, pero algo tiene que ver con lo que está pasando ahora. Sobre el erial de muerte y destrucción que sembraron las tropas de la coalición liderada por EEUU, el Daesh (El Estado Islámico) ha florecido como la mala yerba. Pero sólo te interesa mencionar a este grupo de fundamentalistas embrutecidos que ensucian el nombre del Islam para mostrar tu preocupación en la lucha contra el terrorismo, idea que sutilmente, como una sombra ponzoñosa que se alimenta de los prejuicios anidados en el fondo de tu discurso, deslizas en el debate con la manifiesta intención de asociar a los refugiados con el terrorismo integrista.

Tenemos más ejemplos, que este gobierno y esta derecha que tenemos dan para tres Quijotes.

El Ministro del Interior, ese de las concertinas que acarician, las fronteras que se mueven con la guardia civil y las reuniones en el despacho con respetables cleptócratas amantes del dinero público, como el que habla de un mueble y no de miles de personas en una situación desesperada, declaró al referirse a la distribución por Europa de los refugiados: «Es como si tuviéramos una casa, con muchas goteras, que están inundando diversas habitaciones y en lugar de taponar esas goteras lo que hacemos es distribuir el agua que cae entre distintas habitaciones«. Entonces se mostraba “muy crítico con el programa de reubicación (de los refugiados), porque va a generar un efecto llamada”. Este distinguido descendiente de los cenutrios dijo también este martes en Paris que no se podía descartar que entre los refugiados hubieran… ¿adivinan? Si, “infiltrados del Daesh”. La consigna corre ya como reguero de pólvora, buscando con inquina yesca con la que arder en la hoguera de la más inflamable de las emociones: el miedo.

La verdadera infiltración y el verdadero efecto llamada se llama Ángela Merkel, que tiene el problema de verdad en sus fronteras y no tiene más que darle al celular para que todos se pongan firmes y cambien de opinión, de camisa y de cerebro, si es menester, que aquí manda el Bundestag, que es el que tiene en sus manos la deuda, la plata y una panoplia de amenazas financieras que harían temblar al más aguerrido de los espartanos de las Termópilas. Si no que le pregunten al pobre de Tsipras.

No se vayan todavía, aún hay más. El Ministro de Exteriores, el señor Margallo, hijo de una familia de militares que hicieron fortuna exprimiendo a los marroquíes en la época colonial, en una declaraciones al diario alemán Die Welt, se quedó más agusto que un arbusto diciendo: “si el paro es tan alto como en España, del 22%, yo no puedo ofrecer a la gente una oportunidad de integración». Y yo que pensaba, escuchando a nuestro Presidente, que ha sacado últimamente la pezuña por debajo del plasma tras el que se escuda habitualmente para no responder a ninguna pregunta incómoda, que en España ya no había ni paro, ni crisis, y que llovían prosperidades y luces al final de los túneles traídas por las dadivosas gaviotas de Génova.

Los sirios entrevistados por Gonzo en “El Intermedio” aparecen como lo que son. Ni infiltrados del Daesh, ni perros sarnosos que vienen a comer de nuestro plato. Son simplemente prójimo que huye de la guerra. Su miseria es la nuestra, su dolor es el nuestro, sus esperanzas son las nuestras. Sus niños son nuestros hijos, sus hermanos son de nuestra sangre, sus abuelos, sus madres, sus amigos. Todos somos nosotros. La Unión Europea invierte 13.000 millones de euros al año en el control de fronteras. Ese dinero no se está utilizando para protegernos de nada. Se está utilizando para construir un enorme muro de indiferencia que nos separa de precisamente aquello que nos hace verdaderamente humanos, junto a la columna erecta, la mano prensil, el pulgar oponible, un tipo de cerebro y un aparato fonador: la solidaridad.

Uno de los chicos sirios entrevistados es preguntado sobre las declaraciones de los políticos que rechazan la llegada de refugiados “por poner en peligro el estilo de vida europeo”; su respuesta, que debiera retumbar como el rayo en la enferma conciencia de gris cemento de todos aquellos servidores públicos irresponsables que azuzan los más bajos instintos de la ciudadanía europea con sus podridos mensajes rebosantes de miedo e intolerancia, contiene un argumento absolutamente irrefutable, digno de ser inscrito con cincel y martillo en todos los umbrales de frío mármol de todos los parlamentos democráticos del mundo: “ya no nos respetan en nuestro país como seres humanos, alguien debería respetarnos, al menos porque somos seres humanos”.