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Lo de grandes estrellas del fútbol como Messi o Cristiano Ronaldo tiene un nombre: evasión de impuestos. La forma muy fina de decir: robo a todos los españoles. Esto no es sólo una cuestión pecuniaria, es una cuestión de derechos. Puesto que multimillonarios como éstos dejan de pagar al erario público, desde donde se invierte en cuestiones como la sanidad, la educación y el resto de servicios sociales, el que no paga los impuestos que le corresponden está enajenando al resto de españoles una parte de sus derechos. El robo viene por una doble vía, porque la millonada que cobran sólo es posible a cambio de que otros cobren una miseria.

Desde luego, dado que sólo son futbolistas, y no servidores públicos, su tipo de evasión no adquiere los mismos niveles de indignidad que cuando nos roban nuestros políticos. El servidor público que evade impuestos o que nos roba de manera aún más directa a través de los diversos mecanismos de corrupción, es el tipo de enajenador de lo público más deleznable de todos, porque su función es precisamente proteger y garantizar la existencia de aquello que nos está robando. Por eso lo de Rita Barberá no son sólo 1000 euros.

Sin embargo, cuando veo a los enardecidos fans de Messi o Cristiano Ronaldo defenderlos a ultranza siento el mismo tipo de tristeza que al observar que Rajoy, el líder del partido que ha hecho de España un infecto e insondable hoyo de corrupción, sigue siendo votado por millones de personas (7,9 millones de españoles para ser exactos). Siento el mismo tipo de tristeza porque el mecanismo que funciona es el mismo: como son “los míos” los que roban, no me importa. Un tipo de insolidaridad muy extendida que explica buena parte de los problemas que nos atenazan hoy en día.

Esto es lo que se llama, simple y llanamente, amar a aquellos que siembran la cosecha de la propia desgracia. Es decir, es el mismo tipo de mentalidad, aunque el delito no sea exactamente el mismo, el que se articula cuando alguien aplaude a Messi en los juzgados que el que funciona cuando se vota masivamente al Partido Popular en Valencia, por poner un ejemplo. También tiene un nombre: la mentalidad del esclavo. No la del esclavo que busca su emancipación, sino la del esclavo que decide que su servidumbre es inevitable (o incluso deseable) y opta no sólo por conformarse sino por participar activamente en el lustre de las propias cadenas.

El tipo de esclavitud que fomenta el fútbol es relevante por una cuestión de carácter eminentemente político: el fútbol es poder. Es poder porque moviliza millones de dólares, y es poder porque moviliza las pasiones de millones de personas, que ven en este deporte un mecanismo de mediación de sus anhelos, frustraciones y sueños, además de una importante vía de entretenimiento y fuga de la realidad en la que se vive. Cualquiera que haya estado en un campo de fútbol sabe perfectamente que un estadio es un gran condensador de pasiones colectivas, las filtra, las modula, les da expresión. Contiene por lo tanto algo de liberador. Es por ello un arma poderosísima que ninguno de los que ejercen poder puede menospreciar ni soslayar. Un espacio que modula las emociones colectivas del pueblo tiene que ser, y de hecho lo es, gestionado, controlado y  modificado por aquellos que gobiernan.

Además de la pasión, está la plata. En 2013 se publicó un informe sobre el impacto socio-económico del fútbol profesional en España por la empresa KPMG. En dicho informe se asegura que genera unos 7600 millones de euros al año en España. En 2014 los aficionados al fútbol profesional se gastaron en torno a 2802 millones de euros relacionados con el negocio del fútbol (más de 900 de estos millones en quinielas y apuestas on line, 600 en taquilla, competiciones, cuotas de socios y abonados, además de más de 510 millones en subscriciones a canales de pago con derechos de emisión de partidos). Las empresas dedicadas al marketing de los grandes clubes de fútbol, en la temporada 2012-2013 se chuparon casi 3000 millones. El fútbol generó por esas fechas casi el 0,75% del PIB del país, más de 140,000 puestos de empleo y unos ingresos al Estado vía impositiva de más de 2890 millones de euros. Podríamos mencionar también los pingües beneficios derivados de la inversión desde fondos soberanos de Estados radicalmente defensores de los derechos humanos y la democracia, como son los del Golfo Pérsico, que invierten no sólo por la simple y mera pasta, sino también para mejorar su imagen de cara al exterior, y, de paso, asegurarse lazos crematísticos con empresas y países, facilitando que callen o hablen según qué acontecimientos políticos que afecten al país (¿recuerdan las revueltas de las minorías shiíes en Qatar? ¿Recuerdan las declaraciones impresentables de Trinidad Jiménez, Ministra de Exteriores de ZP?). En 2015 las firmas de empresas estatales de países del Golfo Pérsico financiaban a 20 de los clubes más importantes de Europa. Los casos más conocidos son los de Qatar Airways (Barcelona), Emirates (Real Madrid, Milan, PSG o Arsenal) y Etihad (Manchester City). Una imagen muy representativa del paroxismo al que hemos llegado es ésta: Emiratos Árabes Unidos se gastó más de 460 millones de dólares, entre 2005-2015 para patrocinar camisetas de equipos de fútbol.

Sólo daremos un dato más: la relación entre la especulación inmobiliaria y los clubes de fútbol en España. El saneamiento de las finanzas de los clubes de fútbol, muchos de ellos genéticamente infectados de la riqueza gestada en la dictadura franquista,  es decir, alimentada por los cadáveres de cientos de miles de españoles,  se realizó a partir de los años 90 a través de la inversión especulativa en vivienda. En el año 92 se prohibió que las Sociedades Anónimas Deportivas recibieran subvenciones estatales, hecho que abrió la espita para invertir en fondos de inversión. A la altura de 2006, un año antes de la crisis hipotecaria, el diario «El País» publicaba una noticia en la que aseguraba que los clubes de fútbol ganaban ya más de 1000 millones con recalificaciones urbanistas. El fútbol español, decía esta noticia, juega al pelotazo. La interrelación entre fútbol y corrupción política a través de la especulación inmobiliaria también es conocida. De hecho, el mundo del fútbol es un auténtico nicho de corrupción que irradia en todas direcciones. Dado que ningún político se atreve a meter la mano, la impunidad campa a sus anchas.

Por supuesto no quiero decir con todo esto que el problema esté en el fútbol en sí mismo. El problema está en que algo que mueve tanto a las masas, al pueblo, a las personas que simplemente son seres sociales, y por ello se apasionan, sufren y se emocionan al sentirse parte de algo más amplio que su propia individualidad,  no va a ser desaprovechado en un mundo donde todo es susceptible de convertirse en mercancía, y donde la propia mercancía se ha convertido en uno de los instrumentos privilegiados de control y disciplinamiento.

Con estos pocos datos, que no son más que una fugaz instantánea, uno entiende la respuesta de Mariano Rajoy cuando le preguntan por el caso Cristiano Ronaldo: «Que se moje la Agencia Tributaria, yo procuro no opinar sobre lo que no sé». Dado que todos sabemos que Rajoy es precisamente especialista en opinar de lo que nada sabe, no podemos más que inferir de esta aseveración que miente. Rajoy no opina de Cristiano Ronaldo no porque no sepa. Sino porque no debe. Y, por supuesto, porque no quiere.

A todos aquellos que defienden a Rajoy, a Messi, a Cristiano Ronaldo o a cualquiera que se convierte, por acción u omisión consciente, en ladrón de los bienes públicos, lo único que puede uno decirles es que piensen en el filete de Cifra.

“Cifra” (Cypher) es el personaje interpretado por Joe Pantoliano en la primera película de Matrix, estrenada en 1999. Es probablemente uno de los personajes más interesantes de la película, porque es en su quiebre, en su momento de fragilidad, donde uno percibe la esencia de la libertad del ser humano: su capacidad de elección, su capacidad para la autoemancipación, para salir, conscientemente, de la minoría de edad, o permanecer en ella.

Cifra es en la película un miembro de la resistencia que está cansado de la resistencia. Odia las incomodidades de la vida del subalterno que lucha contra Matrix. Odia comer comida enlatada, dormir a la intemperie, estar constantemente arriesgando su vida. Odia amar a una mujer que pasa olímpicamente de él. Cifra en realidad no ha desconectado de Matrix. Interpreta que la felicidad es tener en lugar de ser. Cifra, como muchos de nosotros, cree que la felicidad está en la propiedad.

 Cifra decide dejar la lucha y pactar con el enemigo. En una escena en la que aparece junto al villano de la película, el Agente Smith, en el que se fragua la traición de Cifra a sus compañeros, dice mientras observa un jugoso filete generado en la realidad virtual de Matrix:

 “Sé que este filete no existe, sé que cuando me lo meto en la boca es Matrix el que está diciendo: es bueno, es jugoso… Después de 9 años, ¿sabes de qué me doy cuenta? (en ese momento se mete en la boca un trozo de filete y lo saborea con evidente goce): la ignorancia es la felicidad”.